Los granos de arena golpean mi cara,
el ardiente Sol hace evaporar mis gotas de sudor.
No me queda agua, no me queda nada,
salvo mi pequeño corazón de perdedor.
No hay nadie que pueda ayudarme,
estoy completamente solo, perdido en esta pesadilla.
Ya no aguanto más, voy a desmayarme,
es como si me estuvieran dando una paliza.
Todavía me quedan fuerzas para acabar este poema,
quiero redactar mi aventura, mi tortura.
Espiro mi último aliento de pena,
sobre la más alta y ardiente duna.
Veo pequeñas imágenes, pequeños reflejos,
pequeños tonos de colores borrosos,
que van disipándose a lo lejos,
y que se van apagando ante mis ojos.
Me despierto rodeado de paredes de tela,
contento de seguir vivo, o mejor dicho, de renacer.
Me despierto lentamente con toda mi flema,
contemplando este hermoso amanecer.
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