Sebastián era un hombre como otro cualquiera: sencillo, simpático, trabajador,… Era bastante joven, de unos 30 años. No molestaba a nadie y siempre ayudaba a los demás. Amaba a la naturaleza. Poseía una colección impresionante de animales, sobre todo de reptiles, sus animales preferidos. Le encanta la belleza y habilidad de estos animales. Hizo muchos viajes para ver de cerca de todas las clases de reptiles que pudiera ver, porque no les tenía miedo en absoluto.
Un día, en uno de sus viajes, entró en una tienda de recuerdos para comprar alguna foto para añadir a su colección. Al entrar, lo primero que le chocó fue ver una piel de serpiente colgada en una pared de bambú, haciendo de decoración. Sebastián, al ver a la serpiente, le preguntó al hombre de la tienda:
- Perdone, señor, ¿esa piel de serpiente es auténtica?
El hombre de la tienda empezó a reírse, metiéndose un porro en su boca, llena de dientes torcidos y negros.
- Pues claro que sí- le respondió- ha sido preparada de la mejor manera posible, al igual que todas las pieles de aquí.
- ¿De qué manera?- volvió a preguntar Sebastián.
- Para que las pieles de los reptiles no se estropeen, lo que se hace es cortarles primero desde la cabeza hasta la cola por debajo, y por supuesto vivos.
Los ojos de Sebastián se llenaron de ira y odio, pero antes de soltarla, Sebastián volvió a hacer otra pregunta:
- ¿Tiene más pieles como esta?
El hombre le hizo un gesto a Sebastián, conduciéndole a un cuarto enorme y oscuro. Al encender la luz, Sebastián no creía lo que veía. Había, por lo menos, doscientas pieles de muchas clases de reptiles: de cocodrilos, de serpientes, de lagartos,…
- Impresionante, ¿no le parece?- le preguntó el hombre a Sebastián con una ligera sonrisa.
- Pues sí, es impresionante- le respondió Sebastián mirando al suelo- es impresionante que todavía queden hombres como usted en este mundo. No tiene vergüenza ni corazón, y tampoco tiene alma- volvió la mirada al hombre- pero no pienso consentir que los hombres como usted vivan, así que prepárese, porque esta noche será su hora.
La sonrisa del hombre se tumbó de repente, y Sebastián se fue de la tienda con los ojos encendidos en llamas.
A la mañana siguiente se encontró el cadáver del hombre en su casa, completamente mutilado, de la misma manera que torturaban a los reptiles. Sebastián desapareció del mapa y, desde entonces, múltiples muertes a personas que torturaban a reptiles empezaron a ocurrir. La policía no sabía quién era el asesino, pero le pusieron el siguiente nombre: “El bandido de escamas”.