El padre de Marta es un gran pianista. Marta se pasa horas escuchando a su padre pulsando las teclas blancas y negras de tan hermoso instrumento. Sin esa música, Marta no podría hacer los deberes y tampoco podría soñar. Gracias a las siete notas combinadas, Marta puede volar.
Pero, a Marta, le están entrando enormes ganas de tocar el instrumento de su padre, aunque él le prohíba hacerlo. Su padre no está, por lo que las ganas son cada vez mayores. Sin pensarlo dos veces, Marta se sienta sobre el taburete y deja a la vista las teclas de piano.
Marta lo contempla unos segundos y, lentamente, pulsa una tecla blanca. Luego, mirando con concentración al piano, pulsa una tecla negra. Sucesivamente, Marta va pulsando teclas sin darse cuenta, sin que signifiquen nada. Pero algo pasa. Marta, pulsa una tecla que no suena. No sale ninguna nota. “¿Habré roto el piano?” se dice ella. Preocupada, Marta vuelve a pulsar la tecla, pero sigue sin funcionar. Marta no sabe qué hacer. Su padre está a punto de volver y no sabe qué contarle.
Marta, por última vez, vuelve a pulsar la tecla, y esta vez sí suena. Pero no es una nota, son muchas notas. Una melodía sale del piano. Marta, asustada, se aleja de aquel instrumento, ya que no sabe lo que puede pasar. Unos segundos después, la melodía cesa y un crujido empieza a sonar. El suelo empieza a abrirse con la forma de un círculo. El círculo es cada vez más grande, hasta que se para delante de los pies de Marta. Se puede ver una escalera de mármol, completamente limpia. Marta no sabe si bajar. Marta pone un pie sobre un escalón, pero la voz de su padre chillándole por detrás se lo impide.
Su padre, con los ojos sorprendidos, se acerca a su hija corriendo, levantándola en sus brazos. Marta, con lo ojos llorosos, le dice a su padre: “Lo siento, Papá”. “Deja de llorar, hija, que nos has salvado a todos” le dice él. Marta no sabe de qué habla su padre. Mientras, su padre la deja en el suelo y baja por las escaleras, agarrando a su hija de la mano. Marta tiene miedo, pero las manos de su padre la calman.
Por fin, han bajado las escaleras, y lo que ven es algo mágico. Hay fuentes de mármol por todas partes, estanques con peces de oro, gotas en forma de estrella que flotan por la habitación, … Pero al extremo, sobre una ola de cristal, se haya una perla enorme, con un líquido en su interior. Parece agua. El padre de Marta coge el objeto y se lo da a su hija diciéndole: “Toma, mi princesa, esto es tuyo”. Marta coge la perla confusa.
Su padre, empieza ha explicarle todo: “Hace 15 años, tu abuelo, mi padre, compró este piano, con el motivo de descubrir su código secreto, el que tú has conseguido. Debajo del piano, mi padre descubrió una inscripción que decía que el heredero del mar, de los ríos y del poder de la lluvia sería el que poseyera en su poder la perla de Calmamar, la que tienes en tus manos. Ahora, cada lágrima que caiga de tus ojos será una gota de lluvia. Ahora, tú tienes un poder que nadie posee.”
Marta, lo mira con pena, y le dice con una voz muy turbia: “Yo no quiero este poder, porque cada vez que veo una película, lloro; cada vez que veo a un animal herido, lloro; cada vez que leo poemas románticos, lloro; … Con tantas lágrimas, el mundo quedará inundado, y no quiero, porque me gusta este lugar.”
“Pues si no quieres este poder, puedes dejar la perla aquí”, le responde su padre. Marta dibuja una sonrisa en su cara, y le devuelve la perla a su padre, que la deja sobre la ola de cristal. Salen de la habitación y, nada más salir, el agujero se ccierra, junto con el piano, que se convierte en líquido. El agua cubre todo el salón y es un momento muy bonito para que padre e hija se abracen, convirtiéndose ellos también en gotas de agua.
Os preguntaréis por qué desaparecen de esta manera. Pues muy sencillo. El padre de Marta no lo ha explicado todo, así que seguiré yo por él: “la perla debe salir de la habitación, si no las personas que entraron en ella formaran parte del mar”. Pero pensaréis que el padre de Marta no le contó nada de esto a su hija, pero os equivocáis. Solo con la mirada, Marta podía leer lo que su padre temía. Por eso Marta sonrió, por la comprensión de su padre.
Así que, queridos lectores. Si vais a la playa, si veis una tormenta de agua, si veis una inundación, si veis un río o un lago, es posible que, en sus gotas, haya parte del alma de Marta y su padre, abrazándose como el día en que desaparecieron.